Alfredo Pita - Artículos - TEXTUAL




.Lima, 1 de febrero de 1997


La toma de rehenes en la embajada de Japón

Carta abierta al Presidente del Perú
La alternativa a la masacre es un diálogo que no será deshonroso

Escribe Alfredo Pita

ALFREDO PITA, escritor y periodista peruano instalado en París desde hace muchos años, trabaja para la Agencia France Presse. El escribe una muy dura carta abierta al presidente Alberto Fujimori, impactado y conmovido por los acontecimientos de la residencia del embajador japonés.

París, 1 de febrero 1997

Señor Presidente:
Como la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, en los últimos 40 días he esperado de vuestra parte, en silencio, a la expectativa y más bien con optimismo, una solución sabia y equilibrada a la crisis suscitada por el asalto, por un comando guerrillero, de la residencia del embajador del Japón en Lima.
Debo precisarle, antes de continuar, que desapruebo y condeno, en la forma más explícita y enérgica, los métodos empleados por el comando del MRTA, que tomando primero cientos, y luego decenas, de rehenes, quiere forzar una solución para la situación de sus compañeros presos y variar la política económica neoliberal, particularmente dura, es cierto, que usted y su gobierno aplican actualmente.
Está también para mí muy claro que con su gestión gubernamental, en los últimos años, la situación del Perú se ha estabilizado y que un nuevo clima, aunque no fuere más que esperanzado y sicológico, prima en la mente y en el comportamiento de la población. Sobra además decir que usted, desde 1995, al ser reelegido por la mayoría del electorado, ha sido legitimado en la función presidencial que detenta.
Ocurre sin embargo, señor Presidente, que en los últimos días, luego que la crisis de la residencia del embajador del Japón parecía enrumbarse hacia una salida negociada y satisfactoria, en particular para los rehenes, el gobierno ha decidido aumentar la presión sobre el comando del MRTA y ahora utiliza tropa, blindados y helicópteros para alimentar el nerviosismo dentro y fuera de la casa tomada.
Esta actitud me parece grave e incluso irresponsable. Y esto, al parecer, es lo que también piensan los delegados de la Cruz Roja Internacional, que han protestado alejándose del lugar y suspendiendo momentáneamente sus actividades humanitarias. Cualquier otro observador ecuánime de estos acontecimientos pensaría y actuaría del mismo modo, estoy seguro.
No hay que ser demasiado zahorí para darse cuenta que esta conducta agrava sobre todo el sufrimiento y la situación en que se encuentran los cautivos de la residencia y aumenta en forma considerable el peligro en que se hallan sus vidas.
Por supuesto, la presencia de tropa de elite y la agitación de equipos militares especializados en las inmediaciones de la casa, así como sus recientes amagos de ataque, son coherentes en la perspectiva de un asalto, de la búsqueda de una salida militar y radical para el problema. No sé si para usted, pero sí al parecer para algunos de sus asesores, la ofensa y provocación planteadas por el MRTA sólo merecerían, en términos de razón de Estado, una respuesta: el aniquilamiento, el escarmiento.
Pero, ¿puede usted darse ese lujo, realmente, señor Presidente? ¿Puede usted correr el riesgo, no ya de precipitar una matanza, sino de provocar una sola muerte de inocente, a raíz de un mal consejo o de un mal manejo de esta situación?
Creo que al político pragmático que es usted no debe escapársele que ciertos matices han cambiado en los últimos días en el Perú. Los guerrilleros del MRTA, que hasta hace pocas semanas, y no sólo en el discurso oficial, eran bandas derrotadas y diezmadas, han logrado poner al poder que usted representa, ante la opinión pública interna y externa, frente a dos hechos insoslayables: por un lado, que el problema de la miseria en el Perú sigue irresuelto y, por otro, que el trato que se da en nuestro país a ciertos acusados de terrorismo es uno de los más inhumanos del planeta.
Algunas personas de su entorno dirán que esta gente no merece otro trato. Yo discrepo de ese punto de vista en nombre de nuestra historia, preñada de violencia e injusticias, y en la medida en que estoy a favor de la búsqueda de un consenso nacional en que todas las partes responsables, inclusive si vienen de la ilegalidad política, se sienten a la mesa de negociaciones y contribuyan a fundar, de una vez por todas, la paz verdadera que tanto necesita el Perú.
En este terreno, usted mismo, señor Presidente, ha tomado la delantera al entrar en tratativas y negociaciones con la dirigencia del grupo maoísta Sendero Luminoso, tratativas con las que no sólo logró resultados políticos concretos, como la lectura por el principal dirigente de esa organización de una carta publica, ante las cámaras de la televisión, pidiendo la firma de un acuerdo de paz, sino que al parecer culminó con una mejora del trato carcelario para el mencionado personaje y con el envío de tortas el día de su cumpleaños.
Analistas de los medios de opinión afines al gobierno proclaman que es imposible el acuerdo con los asaltantes de la residencia diplomática. Yo creo sinceramente que la conducta del gobierno con el jefe de Sendero invalida esta pretensión, a no ser que, llevando a extremos a Maquiavelo, aceptemos que la política en nuestro país sólo debe servir para afianzar al poder de turno y que para ello vale cualquier método. De ser así, si la política en el Perú va a ser siempre una pantomima cínica al servicio del autoritarismo, claro está que nunca podremos construir realmente, en forma responsable, la sociedad democrática, equilibrada y justa que las nuevas generaciones tienen derecho a esperar de la nuestra.
Esto me lleva naturalmente a reiterar mi condena inicial de los métodos violentos empleados por el MRTA, y lo hago rotundamente. Pero al hacerlo, cómo olvidar el hecho que el gobierno que usted dirige y el Congreso que le es afín, firmaron hace algún tiempo una amnistía inicua para los militares -cuán terroristas ellos también- que perpetraron las masacres de La Cantuta, Barrios Altos y tantas otras. Cómo olvidar que los hechos actuales se producen cuando culmina un período de la historia peruana en que, por casi dos décadas, la lucha subversiva y antisubversiva sembró de cadáveres grandes porciones del país, borró del mapa a varios pueblos de Ayacucho y ahogó en sangre a poblaciones anónimas e inocentes, tomadas en tenaza por el terrorismo y por el terrorismo de Estado.
Es de preguntarse por qué la mano que firmó sin vacilar el perdón para los asesinos de uniforme, en nombre de la sociedad y del futuro, ahora vacila en firmar un acuerdo con el MRTA, un acuerdo que, para nadie es un secreto, puede ser de transición y llevar incluso a una disolución o a una incorporación de este grupo en el paisaje político legal del país, cosa que sus portavoces vienen pidiendo desde hace años. No deja de ser curioso en este sentido oírlo decir a usted que no se puede hacer analogías entre el Perú y Guatemala o Colombia. Al respecto sólo tiene razón en un punto: la masacre peruana no ha durado aún 35 ó 50 años. ¿Habrá que llegar hasta el año 2020 para negociar?
Usted ha conseguido victorias contra la subversión, pero sólo victorias parciales, por no decir policiales: ha capturado a los cabecillas, los ha exhibido, suscitando la vergüenza ajena del mundo, con trajes a rayas. Pero no ha derrotado del todo las condiciones en que la prédica alucinada del maoísmo o el polpotismo prendieron. No ha prestado suficiente atención a quienes, incluso desde el seno mismo del Ejército, como el general Huamán, a comienzos de los años '80, al iniciarse la sangría en Ayacucho, dijeron claro y fuerte que el mejor método para combatir el terrorismo era acabar con la injusticia social.
No se deje llevar por los que han manejado hasta ahora con sangre el problema de la violencia. Hay quienes dicen que no se negocia con un grupo derrotado como el MRTA. Es una forma de ver las cosas y la vida. Pero el hecho macizo es que este grupo desarticulado ha puesto al Perú entero ante una situación sin parangón y frente a la cual no queda sino la diplomacia y el acuerdo. La alternativa a la masacre es la mesa de diálogo y un diálogo no es siempre deshonroso. Por lo demás, usted, como mucha otra gente, sabe que no será necesario llegar a concesiones radicales como la liberación de todos los presos del MRTA. A cambio, usted logrará avanzar en el proceso de pacificación del país, incorporando al consenso a nuevos contingentes políticos.
Fiel a la representatividad que le ha dado el pueblo peruano, señor Presidente, tenga el coraje de asumir una tarea que puede ser mucho más histórica de lo que parece a simple vista: termine de fundar la paz, no se quede sólo en ese mérito que hasta ahora casi todo el mundo le reconoce en el Perú -el haber neutralizado la violencia-, dése el lujo de sentar las bases del futuro, de un país en que la violencia y la masacre dejen de ser una tentación, dejen de ser una puerta de escape en la mente de los jóvenes desesperados, de los humildes acorralados por el hambre. Desmienta a los pesimistas que en la Lima de hoy, viendo el derroche de los ricos y nuevos ricos y viendo la miseria cada vez más honda de los pobres, suelen mascullar: "aquí, nadie ha aprendido nada".
Es lo mejor que puede desearle, saludándolo respetuosamente.

Alfredo Pita

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