Alfredo Pita - Artículos - TEXTUAL




.Lima, 20 de mayo de 1997



No a la cultura de la muerte
A un mes de la retoma de la residencia del embajador de Japón

Escribe Alfredo Pita

OCURRIO hace tres semanas, la noche del primero de mayo. Según el despacho informativo, cientos de jóvenes peruanos de clase media y alta celebraron ruidosamente, en las calles de Miraflores, la victoria de la selección nacional sobre la colombiana. Lo hicieron lanzando lemas, bailando y cantando. ¿Por los resultados del match? No solamente. Sobre todo festejaban la muerte de Néstor Cerpa Cartolini, el jefe del comando del MRTA. "Se murió, se murió, Cerpa se murió", fue uno de los lemas más voceados en la madrugada. En otras palabras, el atávico y siniestro grito de "Viva la muerte", esta vez en Lima y en gargantas juveniles.

Hay momentos en que la tentación es grande de callar, en que la turbamulta amilana y lo tienta a uno con la retirada, con ese "hacerse el cojudo" que es una de las habilidades del ser nacional. Pero hay momentos también en que callar es un crimen, cuando se concede razón a los que no la tienen y cuando callar es rebajarse. El silencio tiene también un precio, sobre todo cuando se aspira a ser un ser humano digno de este título.

Luego de los luctuosos acontecimientos del martes 22 de abril confieso que sentí la tentación de callarme. Lo que podía haber dicho lo había dicho ya y no había servido de nada. Nada ni nadie iba a arreglar lo ocurrido. Los muertos estaban muertos y los vencedores celebraban. Oí decir a peruanos que había que festejar. Sólo les faltaba beber chicha en el cráneo del vencido. ¡Y el Presidente dejándose fotografiar junto al cadáver de su enemigo (¿qué diálogo mudo se dio entre ellos en ese instante?)! ¿Es tiempo de silencio?, me pregunté.

La respuesta fue no. Lo ocurrido y lo que está ocurriendo en el país es demasiado grave para callarlo. Y lo ilustran bastante bien los "hinchas" de la otra noche en Miraflores. Ahora a nuestros ingenuos "hooligans" cholos que enarbolaban símbolos nazis debemos sumar los "hooligans" criollos que cantan a la muerte de un grupo de peruanos que, por equivocados que estuvieran, eran, en sentido lato, sus hermanos. Nos estamos especializando pues en dar espectáculos grotescos al mundo, estamos hundiéndonos lentamente en la barbarie, estamos acercándonos al abismo al que lleva todo populismo eficaz, un populismo que en el Perú adquiere cada más visos de dictadura.

¡Así que ésa es toda la lección que una cierta juventud peruana saca de lo ocurrido en la embajada! ¿Qué creen haber visto, una película de Hollywood? ¡Es de miedo! Una juventud que no se estremece ni reflexiona frente a la muerte, que se deja manipular el corazón por los que tienen el poder para ello, ¿a dónde va? ¡Qué lástima, aconchabarse con la muerte antes de haber recorrido el Perú y su historia, antes de haber aprendido a amar o a tener conmiseración! Que los viejos se corrompan y tengan miedo, me lo explico, pero ¿que los jóvenes nazcan a la vida ya podridos? ¿A quién pedirle cuentas?

Estoy seguro, sin embargo, que el grueso de la juventud del país sabe perfectamente que en la crisis de los rehenes bien pudo haber otras soluciones, que allí donde hubo la sangre derramada de los peruanos enfrentados bien pudo haber una salida pacífica. Era al menos lo que nos habían prometido, a los peruanos y a la opinión del mundo, una y otra parte. Pero todo fue un engaño, ¡por encima estaba la imagen del Estado, el honor de la Nación! Evidentemente no lo quisieron así los calculadores, los que nunca quisieron la negociación, los que desde el comienzo quisieron el fuego, la sangre y la muerte.

En medio de este clima, y con la convicción de no estar solo, de que muchos peruanos, sobre todo jóvenes, piensan como yo, quiero ratificarme en la opinión que di en medio de la crisis. Mejor que cualquier muerte, mejor que cualquier vida segada, hubiera sido, por arduo que fuese, el acuerdo, el entendimiento al que se avanzaba, muy difícil y lentamente es cierto, cuando el ataque se produjo, sorprendiendo a todo el mundo, a los guerrilleros por supuesto, pero también a los Garantes, quienes aún deben estar boquiabiertos. Mejor que la muerte es la vida, siempre, salvo en la jungla. Mejor es una negociación, como la realizada en 1993 por el gobierno y el jefe de Sendero Luminoso, que la actual danza de cadáveres.

Nunca estuve de acuerdo con el asalto de la residencia japonesa por el MRTA, ni con los métodos que en muchos casos ha empleado este grupo extremista en su búsqueda de que las cosas cambien en el país. Pero ello no me enceguece ni me impide ver que los jóvenes que unieron sus destinos a gente como Néstor Cerpa Cartolini lo hicieron porque el Perú no les dejaba alternativas. Porque el país les dolía. Porque no les dejaba para vivir sino una existencia miserable, sin salidas ni progreso. Para muchos de ellos, procedentes de la Amazonia, el único horizonte real era el miedo, el hambre, la prostitución y el narcotráfico. Y como ellos hay miles y miles en el Perú de hoy.

Ahora que la violenta resolución de la crisis de los rehenes cierra el espacio político (salpicado en estos últimos tiempos de ataques y balazos contra los opositores y críticos, de torturados y de cadáveres decapitados, de ataques contra el Tribunal Constitucional); ahora que se obnubila a la gente simple, cuyos instintos más bajos, los de la sangre y la masacre, son exacerbados deliberadamente so pretexto de fútbol; ahora que se hace retroceder la cultura democrática y se cancela la vía negociadora para los excluidos, me quedo con la sensación de que hemos perdido una gran oportunidad. Y esto será peor en la medida en que más se prolongue el triunfalismo de los implacables.

Ahora todo está consumado. Pero no es tiempo de silencio, sino más bien de solidaridad y compasión. Y en esta hora terrible quiero detenerme un instante para hacer llegar mis condolencias a los deudos de todas las víctimas. A los familiares del probo magistrado muerto, a los de los oficiales caídos. Todos ellos peruanos que hoy hubieran podido estar respirando la vida, entregados al amor de los suyos.

Quiero dirigirme también a los familiares humildes y anónimos de los muchachos y muchachas que integraron el comando del MRTA y que al final fueron tan rehenes como sus rehenes en la trampa que contribuyeron a tejer. Que ellos sepan que la muerte de sus hijos tiene explicación y también sentido, pues sus sueños de una vida justa y equitativa para todos los peruanos un día se realizarán. No con sus métodos, que fueron equivocados, pero sí con la impronta de su corazón juvenil, con su capacidad de entrega y de hermandad con los que sufren. Ellos, que en sus últimos días tal vez empezaron a comprender y a vivir realmente la esperanza, enfrentados a un aparato de Estado mucho más complejo y poderoso de lo que se imaginaban, hoy, muertos, son la terrible denuncia de que en nuestro país aún estamos lejos de construir la sociedad que todos los peruanos merecen, una sociedad humana.

¡Que todos descansen en paz!

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